Boyhood: el cuento de hadas que no pudo ser



    Al ver que Richard Linklater había decidido tomarse doce años para rodar su última película me quedé pensativo: ¿Por qué lo haría? ¿Para adquirir un mayor realismo? ¿Para intertar retratarse a sí mismo a través de otro? ¿Para desafiar la línea entre cine y vida corriente? ¿Quizá simplemente para llamar la atención?

    Sea cual sea la respuesta correcta, yo tengo mi propia versión. Y es que creo que Linklater hace un trabajo increíble desmitificando los cuentos de hadas de una manera no-dramática y desde lo corriente, sin tirar de casos excepcionales o extremos. Mostrando una posibilidad de vida cualquiera, y retratando cómo unos padres (que podrían ser los de cualquiera) intentan seguir una serie determinada de pasos y dar una serie de consejos que supuestamente hay que dar para que todo vaya bien, para cumplir el canon de un estilo de vida que en realidad no existe. Como cuando el padre se da cuenta de que no tiene sentido forzar a los hijos para que le hablen cuando él mismo no cumple esa regla. O esa escena en la que, mientras el protagonista empaqueta sus cosas para marcharse a la universidad, su madre echa a llorar y dice: "Ya he hecho todo lo que tenía que hacer, ¿y ahora qué? ¡Ahora solo me queda morirme!".



     Y ese es el mayor logro de Linklater: ser capaz de retratar la complejidad de la cotidianeidad, la multiplicidad de los personajes y la estupidez que es la división fracaso/éxito social. Porque no hay un único modo de llevar una familia, y mucho menos uno correcto. Porque, por mucho que se nos enseñe una serie de 'pasos a seguir' para tener una vida corriente y feliz, esos pasos están llenos de desvíos, de rutas alternativas con resultados alternativos e igual de válidos. Porque uno no se hace adulto con la edad, sino porque le empiezan a tratar como tal.

     Y, aunque podría decirse que Linklater ha retratado una clase social en crisis, la clase media americana, y quizá eso limitaría la representatividad de su testimonio, su voz se oye más alla de cualquier clase social, porque las preocupaciones de los padres por encajar en un determinado estándar podrían extrapolarse a otras sociedades y lugares del mundo. Y es esa universalidad del mensaje de Linklater lo que hace su película tan rica, tan llena de recovecos y de mensajes; las aspiraciones de los actores en la vida real se acaban entremezclando con las de los personajes a los que representan, porque ellos se están desarrollando a la vez que la película. Y es por esto por lo que esta película solo podría haber sido grabada en doce años.

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